El cierre del Bordo Poniente en diciembre de 2011 terminó una controversia entre el GDF y el Gobierno Federal sobre el estrés ambiental provocado por la disposición cotidiana de 12 mil toneladas de basura. El litigio también generó, durante semanas, inusuales montones de basura en la calles, así como otros desajustes no resueltos. No obstante, un importante actor social del sistema de gestión configurado en torno al Bordo sigue sin encontrar su lugar en el “nuevo” modelo de gestión de residuos: los pepenadores.Al parecer, ni el régimen jurídico de los residuos ni la mirada de los ciudadanos le reserva un lugar a este eslabón del sistema de gestión.
La Ley de Residuos Sólidos de la capital y su reglamento prohíben la pepena y no contemplan la participación de figuras asociativas seudo-formalizadas. Una organización de pepenadores está prácticamente excluida de ese sistema y el futuro del oficio de “pepenador” está únicamente previsto si logra ser enmarcado en la estructura de una empresa de prestación del servicio de “selección” o de “tratamiento”.La mirada del ciudadano tampoco es generosa con ese oficio. Así como se dice que no hay contaminación sin contaminador, se dice que no hay suciedad sin ensuciador. Es decir que difícilmente se percibe la suciedad sin que se desencadene un mecanismo inconsciente de atribución de culpabilidad. En este sentido, no es el residuo sino el acto de tirar lo que es significativo y genera una imputación de responsabilidad. Lo mismo podríamos decir de la limpieza: es la acción de limpiar lo que da sentido al oficio de limpiador, generando un mecanismo de valoración positivo. El oficio de pepenador no corre, sin embargo, con la misma fortuna.Seleccionar residuos comerciables de otros que no lo son y que entonces deberán ser definitivamente desechados no genera la idea de una “selección” o “pepena” o de un oficio de “pepenador” sobre el que la sociedad deposite una valoración positiva: en el diálogo de gestos y en el mundo de las representaciones el pepenador sigue siendo ante todo un “sucio”, un “informal” e incluso el numerario de alguna organización mafiosa. El pepenador y sus formas organizativas no generan valoraciones positivas ni tienen cabida en el nuevo sistema que asigna a la gestión privada un lugar central.El nuevo gobierno del DF podría plantearse como meta encontrar un lugar a ese añejo oficio. Es la oportunidad para que leyes y programas finalmente hagan algo para terminar con la estigmatización de esa otra forma privatizada de seleccionar los desechos.